Por: Luisana Arcilla
En la era de la hipertransparencia y la inmediatez, la reputación se ha convertido en uno de los activos más valiosos para cualquier marca. A diferencia de los anuncios, que tienen un alcance limitado en tiempo y espacio, la reputación es una percepción sostenida en la mente de cada persona. Como dice la frase: «Una buena reputación es más valiosa que cualquier anuncio», porque una imagen sólida y confiable puede abrir puertas donde el mejor anuncio no llega.
Hoy en día, cualquier persona con acceso a internet tiene el poder de influir sobre la imagen de una marca o persona, sea de manera justa o no. Las decisiones empresariales están bajo el escrutinio público, y en cuestión de segundos una noticia puede viralizarse, poniendo en jaque la estabilidad de una organización. Por eso, no se trata solo de cómo la marca se presenta ante su audiencia, sino de cómo gestiona su comportamiento interno y su relación con los diferentes públicos.
La clave está en la coherencia y la transparencia. Gestionar una empresa con valores éticos no solo construye una reputación positiva, sino que también la protege frente a crisis inesperadas. Comunicar de manera sincera y consistente los esfuerzos empresariales en temas sociales, ambientales y económicos, es el antídoto contra la incertidumbre.
Ya no basta con campañas sensacionalistas; la confianza se gana con acciones sostenidas en el tiempo. Además, la reputación no es solo responsabilidad de los líderes. Debe involucrar toda la organización, desde la alta directiva y sus colaboradores. Solo cuando los valores y la visión de la empresa son compartidos por todos se puede garantizar que esa imagen positiva se proyecte de manera auténtica al exterior.
En definitiva, invertir en construir una buena reputación es invertir en la sustentabilidad de la marca.